En el último año y con el auge de las redes sociales, un nueva dinámica ha quedado a la vista de todos. Para catalogar a una persona o armarse una opinión ya no es necesario verla o conversar con ella, basta con meternos a su página en Facebook, seguir sus actualizaciones en Twitter o ver las fotos que subió en Flickr. Y es que finalmente, somos lo que linkeamos.
Mientras que las profundidades filosóficas del ser humano se remiten a un «pienso, luego existo», una ramificación simplista para la web sería «linkeo, luego existo«. El perfil de cualquier persona se puede determinar a través de qué tipo de contenido está asociado a su nombre y nick en la web 2.0. Por ejemplo, al buscar cada cuánto y qué tipo de actualizaciones hace en su Blog , qué tipo de fotografías está subiendo y a qué grupos se está uniendo. Algo que ya se podía averiguar hace mucho tiempo, pero que con la masificación de Facebook nos entrega una minuta voyerista directo en nuestro home, sin necesidad de navegar.
Y no es un fenómeno aislado simplemente a esta red social. Puesto que aquellos que no están insertos, también difunden un perfil determinado, que en muchas ocasiones se minimiza a «no me voy a meter a esa cosa», «es una pérdida de tiempo», «me parece demasiado», etc. Cada uno de estos comportamientos cumple a cabalidad el principio fundamental de la comunicación que hace referencia a que todo comunica, incluso lo que no se hace.
¿Pero qué es mejor? ser parte de una dinámica de conectividad que apela a un formato 24/7/365 ó transformarse en un anarquista antisistémico que prefiere no caer en la excesiva difusión de un capitalismo de información. Pues, para mi es sencillo… adáptense o mueran en el intento.
Ya es un hecho que la mayoría (por no decir todas) las decisiones que tomo en mi vida pasen por un análisis googlístico antes de ser tomadas. ¿Dónde voy de vacaciones? ¿Con qué doctor pido hora? ¿Qué auto me compro? Mi respuesta siempre estará respaldada por el tipo de información que recopile y las referencias que esta tenga.